La vida Erasmus nos brinda oportunidades para acrecentar nuestro Erasmus particular y hacer gala de su significado.
El Erasmus facilita la movilidad académica superior para estudiantes universitarios dentro de los estados miembros de la Unión Europea.
En mi caso me ofrece una oportunidad de vivir en otro país, Italia. Una oportunidad que me aporta obtener una visión más amplia con el transcurso de los días, de la gran diversidad cultural existente en cada país.
El destino de nuestro viaje fue parís, capital de Francia,
Lutecia para los romanos, y más momentos cruciales en el devenir de la humanidad.
Pues el siglo XVIII forma una etapa brillante en la historia, hechos como la toma de la Bastilla y la posterior Revolución Francesa, son clara muestra de esa repercusión.
París es el destino turístico más popular del mundo, pues alberga monumentos muy admirados y conocidos.
Tuvimos la posibilidad de ver la
Torre Eiffel, 325 metros de altura, que fuera parte de su atractivo turístico sirve como emisora radiofónica y televisiva en la actualidad. Y un espectáculo visual por la noche inigualable. Existía una cola interminable para entrar y el precio oscilaba entre los 4 y 12 leuros. Pues puedes subir a tres niveles, el primero a 57 metros, segundo a 115 y tercero a 324.
La catedral de
Notre-Dame, que tantas láminas de historia del Arte me hicieron conocerla, la tuve ante mí. La fachada me miraba con sus tres portales, su galería de los reyes, su rosetón, otra galería, y sus torres. Ya en su interior quedé fascinado por su magnitud y belleza.
Pues sus vidrieras, su órgano principal, cuyo nombre es François, su estatua de Juana de arco y un sinfín de detalles.
Nuestro próximo objetivo fue
Los inválidos originalmente erguida como residencia real para soldados inválidos, lisiados e ancianos, y albergando en la actualidad diversos museos aún por conocer, el mausoleo donde descansan los restos de Napoleón Bonaparte, su hijo Napoleón II y su hermano José I de España. Ese fue el escenario en el cual dispusimos a comer, pues allí bajo el sol que hace brillar a París, todos alegremente tomamos bocado en el césped de aquel paisaje especial.
Oteamos todos el
arco del triunfo, aquel que en 1805 mandó construir Napoleón Bonaparte en honor a la victoria en
Austerlitz. Una imagen colosal y un desfile de tropas imaginativas transcurrían por mi cabeza distraída un poco por una conversación de sabios que un banco se mantenía.
Otro lugar al que no quería faltar era el
Museo del Louvre, no completamente pues te puedes perder en él durante días, pero si vimos a rasgos muy generales lo más variopinto del museo.
Nosotros entramos por el acceso que desde el mismo metro te permite, aunque vimos más tarde la entrada principal con su correspondiente piradme famosa de cristal. En mal lugar, pues desde mi punto de vista desentona drásticamente con la fachada original, una construcción del S.XII que se convirtió en residencia real tras un paso por ser el viejo castillo del Louvre.
Dimos un repaso fugaz por la esculturas que abarcan desde las civilizaciones antiguas de Mesopotamia y Egipto hasta el neoclásico. En pintura el cuadro de la Gioconda tendrá todas sus leyendas pero a mí me dejó mucho que desear, muy pequeño y alejado con una mampara de cristal a prueba de chinos con flashes y poco más. Así que en general el museo es para conocerlo y perderte por sus pasillos.
Visitamos el barrio de
Montmartre, situado en una colina desde la que se divisa parte de París bañada de luces, bellísima. Un barrio que desprende calor por parte de diversos artistas que pintan cuadros, realizan conciertos de Jazz como en el que tuvimos la suerte de presenciar
“En las calles de parís jazz con la peña”.
Por tanto la visita a París me ha ofrecido la posibilidad de brindarme unas sensaciones desconocidas para mí, que al mismo tiempo me han dejado huella, una experiencia única y más aún cuando la visitas con gente que comparten esa estupefacción contigo. Pues han sido muchos momentos de locura y desenfreno, que ni sacado de lo surrealista.
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