Tras la ingeniosas ideas y lucidas acciones de nuestra moción. Isabella, Don Raffaé, Josemi, Albertucho, el gran Luky y el menda. Decidimos ir en tren hacia Parma.
La ciudad está a unos 100 kilómetros de Bologna, al norte de Italia. Motivo por el cual decidimos ir en apenas una hora en tren.
Llegamos a la estación Don Raffaé y yo, a la hora prevista. Con lo cual nos toco esperar y calentar bien los músculos para otra de nuestras locas carreras de la biglietteria al andén.
Llegamos a Parma, una ciudad que tiene unas peculiaridades como: Es la ciudad donde nació el gran compositor Guiseppe Verdi, el queso parmesano y la leche Parmalat. Que tantas y tantas veces hemos degustado.
La ciudad está dividida en dos, por un afluente del Po, que dota a la ciudad de un impacto visual muy bucólico. Pues me daba la sensación de encontrarme en un pueblo medieval.
Anduvimos por todas la calles, hasta llegar a la plaza del Duomo, una catedral de estilo Románico que consta de tres plantas con tres portales.
La fachada está decorada con varias galerías abiertas con arcos de medio punto, siendo la superior adaptada a la vertiente de la cubierta a dos aguas. La fachada también presenta un rosetón y elementos propios de la arquitectura del Valle del Po en los años del paso hacia el estilo Gótico.
Junto a la catedral nos encontramos el Baptisterio. Un edificio consagrado a los Bautismos.
La planta del edificio es de planta octogonal, completamente revestía con mármol de un tono rojizo, que bajo la luz del sol brillaban con una belleza singular.
El Baptisterio está constituido por cuatro pisos de galerías. Y termina en una balaustrada y unos templetes en aguja que coronan el edificio.
Allí un amigo de nuestra Isabella, Doménico, un tío grande donde los haya. Nos llevo primeramente al Parque del Palacio Ducal. Un parque francés que para mí fue lo mas sobresaliente de la cuidad. Ideal para pasear e inmiscuirte en sus adentros.
Allí comimos un apetecible bocadillo en unos bancos, y paseamos junto al gran escenario que recorríamos.
Llegamos a un círculo grandísimo con un gran lago a modo de foso de una pequeña isla, compuesta por una arboleda plagada de vegetación y colorido verde. Allí apreciamos numerosas tortugas y unos peces que parecían ballenas.
Fue en ese parque donde transcurrió uno de los acontecimientos más reflexivo, desesperante y gracioso del viaje. Otro momento se parece porque comparten la misma base circular, (rotonda) que explicare entre carcajada y carcajada ahora.
Se trata de un juego de nuestra Isabella y sus palitos. No sé cuánto tiempo nos tuvo en vilo y dándole vueltas a la solución del acertijo.
Mas tarde, y otra vez con Doménico para que nos arrastrara por los locales más variopintos de la cuidad, nos llevo a tomar un vaso de vino que luego se convirtió en un par de botellas. Tras esto y lo otro, nos incorporamos a un grupo de Erasmus de Parma. Con lo cual se desato la locura.
Fuimos a una tienda a comprar enseres para el botellón, y con Luky como asesor una cosa tienes clara: El alcohol no va a faltar ni se va a dejar en el mostrador.
Así que la noche se iba a poner dura.
La noche dio paso a conocer a gente de allí y a nosotros mismos entre trago y trago.
Después nos dispersamos; Luky, Rafa, Alberto continuaron la batalla y acabaron durmiendo en una rotonda. Desde entonces cuentan con mi apoyo para proponer que en esa misma rotonda, expongan un monumento de ellos en misma pose.
Mientras Josemi, Isa y yo, gracias al cobijo de Doménico en su cálido hogar, nos ofreció una cama confortable y un desayuno con tostadas de jamón que agradecí como agua en pleno desierto.
Pero la cosa no acaba ahí. Isa, Josema y yo. Partíamos en tren no a Bologna, sino a Milán. A reagruparnos con nuestras increíbles Menxu y May.